Conocí a Abel en el 2016 mientras trabajé en la Subsecretaría del Sistema Penitenciario, en el Reclusorio Sur para ser exactos. Él entrenaba en uno de los muchos "clubs" de boxeo que hay dentro: en el "Club Martínez". Ahí pasaba sus tardes entrenando afuera del auditorio; en muchas ocasiones las autoridades me dieron permiso de entrenar con todo el "Team Martínez" y me dí cuenta que era un boxeador nato. Las personas privadas de la libertad que entrenan box, usualmente se preparan cada año para el torneo más importante de boxeo: El Interreclusorios de Box, donde el desempeño de Abel, alias "El Johnson" siempre fue impecable.
Le pregunté a Abel cómo es que llegó al boxeo en la cárcel y su respuesta fue increíble: "Yo no elegí el boxeo, el boxeo me eligió a mi. En cana la vida es muy diferente: impera la ley del más fuerte. Hay situaciones donde uno tiene que defenderse y por casualidad llegué al box para aprender a hacerlo. Poco a poco me dí cuenta que era bueno, que aprendía rápido y después ví que estaba totalmente enganchado al deporte, ahí me enamoré del boxeo".
Además, refiere que el boxeo le ayudó a dejar sus adicciones y a sobrellevar el tiempo en prisión: "yo me drogaba mucho pero una vez que empecé a boxear y al ver que cada día avanzaba más en mis entrenamientos, mi vida cambió por completo. Además de que me mantenía distraído, me ayudaba a canalizar mis emociones negativas: es muy difícil estar encerrado las 24 horas y boxear me ayudaba a asimilar mi situación, a procesar mi frustración".
Sin embargo el boxeo no se fue de la vida de Abel una vez que egresó de prisión, en 2019. Él siguió entrenando a la par que su vida se estabilizaba una vez en libertad: "Me costó trabajo adaptarme a la libertad después de estar 8 años encerrado, sin embargo seguí entrenando box. Tenía el sueño de llegar a ser un boxeador reconocido y debutar en profesional. Hice 3 peleas y después se atravesó la pandemia, por lo que me despidieron de mi trabajo. Pensé que lo que mejor que sé hacer es boxear y un día, solo con unas vendas y un par de guantes, sin trabajo y con una familia que mantener, me fui a un parque con un cartel que decía "se dan clases de box". Lo pegué en un árbol y ahí me puse a entrenar solo. Recuerdo que hice algo de sombra y tiraba un par de combinaciones de golpes para llamar la atención y atraer alumnos. Los primeros 15 días fueron terribles porque no se acercaba nadie, pero soy perseverante y poco a poco se fueron sumando, sobre todo niños y jóvenes. Hoy puedo decir que tengo un buen número de alumnos y que el boxeo me ayudó a no estar desempleado, a llevármela por la derecha, a no caer en tentaciones y no sumirme en la desesperación".
Abel nos comenta lo que más satisfacción le da de ser entrenador de box: "Agradezco a Dios por haberme llevado a la cárcel porque ahí conocí el boxeo. Gracias a eso mi vida cambió y hoy soy completamente otra persona. Soy muy feliz de entrenar a otros, de ganarme la vida limpiamente y sobre todo, me ilusiona entrenar a jóvenes porque quiero que los niños se mantengan alejados de vicios, lleven una vida sana y no pasen por lo mismo que pasé yo en prisión"
Este caso además de admirable, nos ejemplifica con éxito que el deporte es un excelente reinsertor social y factor protector de conductas criminógenas. Lejos de temerle al estigma, Abel enfrenta con fuerza y valentía la realidad, orgulloso de sus logros y agradeciendo a la vida la oportunidad que el deporte le dió para poder llevar un modo honesto para de sobrevivir.
/El club de Abel se llama "Aztekas Boxing Club" y lo encuentran en Instragram como @aztecas_boxing_
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